Hector Reynoso
Pensamientos de Pedro Mir
Oleo sobre tela
30x40
Hay un país en el mundo
Hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol. Oriundo de la noche. Colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol. Sencillamente liviano, como un ala de murciélago apoyado en la brisa. Sencillamente claro, como el rastro del beso en las solteronas antiguas o el día en los tejados. Sencillamente frutal. Fluvial. Y material. Y sin embargo sencillamente tórrido y pateado como una adolescente en las caderas. Sencillamente triste y oprimido. Sencillamente agreste y despoblado En verdad. Con tres millones suma de la vida y entre tanto cuatro cordilleras cardinales y una inmensa bahía y otra inmensa bahía, tres penínsulas con islas adyacentes y un asombro de ríos verticales y tierra bajo los árboles y tierra bajo los ríos y en la falda del monte y al pie de la colina y detrás del horizonte y tierra desde el canto de los gallos y tierra bajo el galope de los caballos y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor y debajo de todas las huellas y en medio del amor. Entonces es lo que he declarado. Hay un país en el mundo sencillamente agreste y despoblado. Algún amor creerá que en este fluvial país en que la tierra brota, y se derrama y cruje como una vena rota, donde el día tiene su triunfo verdadero, irán los campesinos con asombro y apero a cultivar cantando su franja propietaria. Este amor quebrará su inocencia solitaria. Pero no. Y creerá que en medio de esta tierra recrecida, donde quiera, donde ruedan montañas por los valles como frescas monedas azules, donde duerme un bosque en cada flor y en cada flor la vida, irán los campesinos por la loma dormida a gozar forcejeando con su propia cosecha. Este amor doblará su luminosa flecha. Pero no. Y creerá de donde el viento asalta el íntimo terrón y lo convierte en tropas de cumbres y praderas, donde cada colina parece un corazón, en cada campesino irán las primaveras cantando entre los surcos su propiedad. Este amor alcanzará su floreciente edad. Pero no. Hay un país en el mundo donde un campesino breve, seco y agrio muere y muerde descalzo su polvo derruido, y la tierra no alcanza para su bronca muerte. ¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido. Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste, triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije: sencillamente triste y oprimido. Procedente del fondo de la noche vengo a hablar de un país. Precisamente pobre de población. Pero no es eso solamente. Natural de la noche soy producto de un viaje. Dadme tiempo coraje para hacer la canción. Plumón de nido nivel de luna salud del oro guitarra abierta final de viaje donde una isla los campesinos no tienen tierra. Decid al viento los apellidos de los ladrones y las cavernas y abrid los ojos donde un desastre los campesinos no tienen tierra. El aire brusco de un breve puño que se detiene junto a una piedra abre una herida donde unos ojos los campesinos no tienen tierra. Los que la roban no tienen ángeles no tienen órbita entre las piernas no tienen sexo donde una patria los campesinos no tienen tierra. No tienen paz entre las pestañas no tienen tierra no tienen tierra. ....... Miro un brusco tropel de raíles son del ingenio sus soportes de verde aborigen son del ingenio y las mansas montañas de origen son del ingenio y la caña y la yerba y el mimbre son del ingenio y los muelles y el agua y el liquen son del ingenio y el camino y sus dos cicatrices son del ingenio y los pueblos pequeños y vírgenes son del ingenio. Es verdad que en el tránsito del río, cordilleras de miel, desfiladeros de azúcar y cristales marineros disfrutan de un metálico albedrío, y que al pie del esfuerzo solidario aparece el instinto proletario. Pero ebrio de orégano y de anís, y mártir de los tórridos paisajes hay un hombre de pie en los engranajes. Desterrado en su tierra. y un país, en el mundo, fragrante, colocado en el mismo trayecto de la guerra. Traficante de tierras y sin tierra. Material. Matinal. Y desterrado. ....... Quiero ver su amargura necesaria donde el hombre y la res y el surco duermen y adelgazan los sueños en el germen de quietud que eterniza la plegaria. Donde un ángel respira. donde arde una súplica pálida y secreta y siguiendo el carril de la carrera un boyero se extingue con la tarde. Después no quiero más que paz. Un nido de constructiva paz en cada palma. Y quizás a propósito del alma el enjambre de besos y el olvido. Pedro Mir: Poeta, ensayista, historiador, abogado y educador. Escritor Nacional de República Dominicana. |
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